El otro día lloraba contándole a Diro todo lo que quiero ser en Dios y lo que deseo que me use. Mientras lo hacía sentía algo en mi corazón que no podía expresar con palabras. Como una impotencia por no poder entender (ni hacer entender) lo que realmente siente mi alma, el anhelo ardiente de agradar a Dios y de ser usada por Él. Realmente no puedo explicar lo fuerte que se siente, sólo lo entiende mi corazón. Un pasaje en Romanos me hizo entender que el Espíritu intercede por mí con gemidos indecibles. Cuando no sé qué pedir, no sé cómo pedirlo ni sé qué palabras usar, el Espíritu lo hace por mí. Y Dios, que examina los corazones, sabe lo que éste pide conforme a Su Voluntad.
Dios sabe lo que siento por dentro. Lo que no sé es cuándo me va a contestar...
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